Invertir con ética: de extra a protagonista

03/11/2022
Invertir con ética: de extra a protagonista

Existen pocas palancas tan poderosas para transformar la sociedad como la inversión. Financiar una empresa implica, de manera indirecta, alinearse con su visión y responsabilizarse de las consecuencias de su actividad. Y este impacto no siempre es positivo. Mientras que algunas firmas protegen el medioambiente y se preocupan por las personas de su alrededor, otras solo persiguen su beneficio económico, dejando de lado esos aspectos. Por este motivo, cualquier individuo que desea evitar ser partícipe de estas malas prácticas debe comprender qué es invertir con ética.

Hay una infinidad de organizaciones que luchan de forma diaria para cuidar su entorno e impulsar a sus comunidades. Y muchas de ellas necesitan financiación para crecer y expandirse en el mercado. Sin un apoyo sólido detrás, la mayoría desaparecerían.

Pero las entidades bancarias tradicionales jamás han mostrado interés en darles el impulso que necesitaban, ya que primaban el aspecto económico por encima del resto. Siempre han existido ideas magníficas para provocar un cambio en el mundo, pero carecían de las oportunidades que hay ahora.

Esto suponía un verdadero freno para el progreso, dado que era más complicado poner fin a las injusticias. Para prosperar, gran parte de las iniciativas necesitaba el visto bueno de un banco. Y estos defendían sus intereses a capa y espada, por lo que no confiaban en aquellas que no situaban la rentabilidad en el centro de su modelo de negocio.

Por esta razón, el auge que están viviendo estos proyectos en la actualidad no solo se debe a un aumento en la cantidad de ideas, sino a que por fin cuentan con plataformas que les dan voz y las conectan con posibles inversores. Continuamente se están creando nuevos canales que ponen en valor su trabajo. Y, al no depender de unas pocas entidades bancarias, tienen más posibilidades para despegar. Al fin y al cabo, esta diversidad de actores aumenta sus probabilidades de encontrar un ahorrador que se comprometa con su causa.

Invertir con ética también presenta beneficios para los individuos, que tienen un abanico más amplio de compañías en las que depositar su dinero. Y estos muestran cada vez más interés en relacionarse con organizaciones éticas. A la hora de decidir en qué dirección invertir su capital, valoran aspectos como la sostenibilidad, la igualdad o el buen gobierno. Desde luego, la variable económica continúa siendo fundamental, pero ya no ocupa el papel protagonista de modo exclusivo.

Qué es invertir con ética

El beneficio económico no debería estar reñido con el beneficio social y medioambiental. Con este espíritu nace la inversión ética: el conjunto de finanzas que le dan la mano a ambas caras de la moneda. Invertir con ética es, en resumen, invertir en empresas que buscan convertir el mundo en un lugar mejor.

Dentro de este concepto caben toda clase de firmas: aquellas que buscan fomentar la cultura, la educación, la inserción laboral, la igualdad de oportunidades, el comercio justo, las energías renovables… Pero todas tienen algo en común: llevan valores como la solidaridad o la sostenibilidad impregnados en su ADN.

La promoción de estas causas no solo se realiza mediante el resultado de su actividad. Es decir, no es necesario ser una compañía de reciclaje para incorporar medidas orientadas a reciclar los residuos durante los procesos de producción y distribución. Absolutamente todas las entidades pueden adherirse a estas prácticas.

Para ser considerada ética, una organización también debe ejercer un gobierno basado en la transparencia, que proteja los derechos de sus empleados. Y tiene que esforzarse por reducir al máximo su impacto medioambiental, disminuyendo su huella de carbono y colaborando en el cuidado del planeta.

Sin embargo, aunque no persigan la obtención de ingresos a toda costa, estos negocios buscan ser rentables. Al fin y al cabo, si no generan beneficios, serán incapaces de garantizar su supervivencia. Y esto les impediría continuar luchando por las causas que defienden con tanto ahínco. Por esta razón, desarrollan planes de negocios viables y solventes.

Un cambio en las prioridades del inversor

De la misma manera que cada vez más iniciativas otorgan un protagonismo mayúsculo a los factores sociales y medioambientales, estas variables también han ido escalando puestos progresivamente en la lista de prioridades de los ahorradores, que adaptan sus estrategias de inversión a este nuevo escenario.

Antaño, su principal objetivo consistía en multiplicar su capital. Y para asegurar su éxito recurrían a las empresas que más rentabilidad les prometiesen, independientemente de que estuviesen salpicadas por casos de corrupción, explotasen a sus trabajadores o contaminasen su entorno. Todos estos aspectos carecían de importancia, lo primordial era ganar dinero.

Pero al apoyar a firmas que cometen estos actos, se está siendo partícipe de forma indirecta del perjuicio que causan. Con el paso de los años, los inversores fueron tomando conciencia de esta situación, y dándose cuenta de su poder para cambiar las cosas. Su dinero podía mejorar o empeorar el mundo.

En la actualidad, muchos de ellos ya no buscan la simple obtención de ingresos, sino que también tienen en cuenta la aportación de la compañía a la sociedad y al medioambiente. Y toman las decisiones de inversión en base a la combinación de estos tres ámbitos, marginando a las entidades con comportamientos reprochables.

La proliferación de la inversión ética también esconde beneficios para ellos, pues tienen más oportunidades para diversificar sus inversiones. Antes, sus opciones se reducían a las operaciones en bolsa, y apenas había alternativas a la compra y venta de acciones. Pero la aparición de las iniciativas éticas ha abierto la puerta a una nueva era en la inversión, en la que pueden repartir más sabiamente sus activos.

El valor de invertir con ética

La financiación es una herramienta extremadamente eficaz para hacer realidad la sociedad deseada. Si se aspira a vivir en un mundo más sostenible e igualitario, es fundamental invertir en negocios que comparten este espíritu. Por el contrario, respaldar a organizaciones corruptas o con actividades contaminantes implica validar un modelo de sociedad en el que se consienten y toleran actos de esta naturaleza.

Para invertir con ética hay que huir de estas mentalidades, que representan la cara más avariciosa del ser humano. Este modelo no entiende el dinero como un fin en sí mismo, sino como un medio para mejorar la sociedad. Y considera la ganancia social y medioambiental tan necesaria como la ganancia económica.

Esto conlleva un uso ético del dinero, que se pone al servicio del planeta con el objetivo de causar un impacto positivo. Y el inversor puede ser testigo directo de cómo su inversión causa dicho impacto, lo que genera una satisfacción colosal, y denota la transparencia que caracteriza a este sistema.

Este tipo de proyectos no tienen un carácter tan especulativo. Por esta razón, a lo largo de la historia no han recibido el mismo nivel de recursos que el resto. En consecuencia, invertir con ética significa tratar de equilibrar la balanza. Y les proporciona una plataforma a la que acuden los inversores, el primer paso para que consigan desplegar sus alas.

Una sociedad que demanda más rendición de cuentas

La cantidad de personas que defienden estos discursos a día de hoy resultaría inimaginable hace un siglo. En aquel entonces, se ignoraban o perdonaban todas las malas prácticas de las empresas, siempre que ofreciesen rentabilidad a los inversores. La perpetuación de esta impunidad era responsabilidad de ambas partes: las compañías cometían actos perjudiciales, y los accionistas continuaban brindándoles apoyo económico.

Eran muy pocas las figuras que alzaban la voz contra esta situación. No obstante, con el transcurso de los años, dejaron de ser una minoría. Poco a poco, los ciudadanos tomaron conciencia de lo dañina que podía ser una inversión del capital en firmas irresponsables. Las protestas se intensificaron. Se empezó a reclamar a las organizaciones que se hiciesen cargo de sus actos, exigiéndoles que limitasen sus actividades nocivas. Así, el estado de opinión de la sociedad fue cambiando.

Pero no solo se sacaban a la luz las malas prácticas de los negocios, que comenzaron a estar en el punto de mira. También se ponía el foco en lo positivo. Se pusieron en marcha campañas para visibilizar y promocionar las iniciativas socialmente responsables. Y los individuos interesados en fomentar causas justas se inclinaron por ellas, invirtiendo parte de su capital para que pudiesen continuar realizando su trabajo.

Este fue el germen de lo que hoy se conoce como invertir con ética.

El peligro de los discursos vacíos

Las compañías no tardaron en comprobar el enorme poder de captación de clientes que suponía incorporar la ética en sus procesos. Y algunos empresarios vieron la oportunidad de enriquecerse utilizando la responsabilidad corporativa. De la noche a la mañana, la mayoría de proyectos afirmaban ser éticos. Pero, en muchos casos, esto se debía a razones publicitarias. La ética vendía.

Así se comenzó a inflar la burbuja. Las firmas pulían sus discursos, pero no los acompañaban de acciones reales. Era una fachada impuesta por los directivos, con el objetivo de cautivar al creciente segmento de consumidores preocupados por la igualdad y la sostenibilidad. Tan solo un pequeño porcentaje de las organizaciones que presumían de responsabilidad corporativa asumían un compromiso genuino.

Esto generó una dificultad, pues no era una tarea sencilla distinguir a los negocios verdaderamente responsables de aquellos que se limitaban a promocionar su supuesta ética para incrementar sus ventas.

¿Cómo identificar a las empresas éticas?

Si bien no existe una guía universal, hay una serie de indicios que ayudan a diferenciar a aquellas entidades con un compromiso honesto de las que emplean la ética como reclamo publicitario.

Para comenzar, es esencial descartar a todas las compañías con actividades negativas. Es decir, las que fabrican productos u ofrecen servicios dañinos para el ser humano o la sociedad. Un ejemplo son los negocios dedicados a los juegos de azar o a la venta de armas, de alcohol y de tabaco. El resultado de su actividad es perjudicial para la salud y puede crear adicciones, por lo que una inversión en este tipo de firmas no sería considerada ética.

Los tratados internacionales también resultan de gran utilidad. Estos acuerdos, suscritos entre la mayoría de países del mundo, definen una serie de derechos y deberes básicos, aplicados a todos los humanos. En consecuencia, estos pactos deben ser respetados por todas las organizaciones. Si vulneran alguno de sus artículos, los ahorradores que aspiran a invertir con ética su capital deberán evitarlas.

La Declaración Universal de Derechos Humanos, la Declaración de la Organización Internacional del Trabajo o la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción son algunos de los tratados que es conveniente tener en cuenta.

Pero hay otros modos de hallar a las empresas con las mejores prácticas. La selección de las compañías con mejor valoración dentro de cada sector, conocida popularmente como el sistema best in class, es uno de ellos. Existen firmas independientes que se dedican a auditar al resto de organizaciones. Para llevar a cabo esta tarea, estudian aspectos como su impacto en la sociedad y en el medioambiente.

Más adelante, le otorgan una calificación en base a sus prácticas, y publican un listado final en el que aparecen ordenadas todas las empresas. Cuanto mayor sea su puntuación, más ética será. Esta información es aprovechada por los inversores, que tienen la garantía de que la compañía en la que van a confiar es responsable.

Por último, es crucial prestar atención a los criterios ASG, pues ofrecen una perspectiva muy certera del grado de responsabilidad de una determinada organización.

Los factores ambientales atienden a las consecuencias que su actividad genera en el entorno, así como a las acciones que pone en marcha para proteger el medioambiente. Los factores sociales hacen referencia a su gestión del capital humano y a sus repercusiones en la sociedad. Por último, se encuentran los factores de buen gobierno, que tienen en cuenta la estructura y la forma en la que se articula el ejercicio del poder dentro de la empresa.

Una compañía que persigue la eficiencia energética y fomenta el aprovechamiento de recursos, que dispone de medidas de conciliación y de programas de formación para empleados y que cumple con las normativas legales y apuesta por la transparencia estará destacando en los tres ámbitos.

La inversión temática y la inversión de impacto

Si el inversor está interesado por apoyar un sector específico puede apostar por la inversión temática, uno de los ejemplos más claros para invertir con ética. En esta modalidad, los individuos financian aquellas cuestiones que más les preocupan o con las que están más comprometidos, lo que denota un grado de conocimiento e implicación muy elevado por su parte.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos por la ONU juegan un rol crucial en este escenario. Los diecisiete ODS son aceptados por una infinidad de entidades, que los utilizan para indicar de manera gráfica y sencilla aquellas causas por las que luchan, como el fin de la pobreza, la igualdad de género o la creación de ciudades y comunidades sostenibles. Esta información orienta al posible inversor, mostrándole los proyectos que se alinean con sus intereses.

Por otro lado, se encuentra la inversión de impacto. Este método consiste en el financiamiento de determinadas iniciativas de modo directo. Se produce cuando el ahorrador se halla convencido del potencial de una empresa, y decide apoyarla económicamente para que prospere y se asiente en el mercado de forma definitiva.

Uno de sus principales atractivos es la posibilidad de seguir de cerca los avances. Esto produce gran satisfacción en los inversores, que comprueban como su dinero genera un cambio positivo en la sociedad.

No obstante, lo más útil para encontrar a negocios con un compromiso genuino es combinar estas seis estrategias entre sí. De esta manera, se identificarán todas aquellas compañías que realmente luchan por causar un impacto en sus comunidades, mejorando la calidad de vida de los ciudadanos.

La inversión ética en datos

Invertir con ética está dejando de ser una simple alternativa para convertirse en un estándar. A cada día que pasa, más personas y organizaciones recurren a estos canales. Algunas sustituyen las formas de inversión tradicional por esta modalidad, mientras que otras la emplean como un complemento.

Los grandes bancos ya se han sumado a este fenómeno, y desarrollan sus propios productos financieros basados en la ISR (o Inversión Socialmente Responsable). Aunque en el pasado rechazaban este modo de inversión, ahora lo acogen, conscientes de la cantidad de consumidores que demandan estos servicios. Ya no se pueden permitir ignorarlo, puesto que estarían dando la espalda a un gran número de clientes.

Las cifras son la prueba palpable de cómo la sociedad está abrazando este fenómeno. En el 2020, más de 1.720 millones de euros fueron destinados a la financiación de proyectos éticos. Esto supuso una cantidad de usuarios de banca ética cercana a los 190.000. Según el Barómetro de las Finanzas Éticas, un informe que analiza de manera anual diferentes parámetros de la ISR, la mayoría están interesados en iniciativas medioambientales o sociales.

Algunos de ellos están preocupados por la incapacidad de las empresas de devolver el crédito más adelante. Pero este prejuicio no se corresponde con la realidad. Que una firma no persiga el crecimiento económico desenfrenado no significa que no sea rentable. Al contrario. La tasa de morosidad de las compañías éticas es del 1,5%, tres puntos menos que la de las compañías convencionales, que asciende hasta el 4,5%.

La inversión de impacto, por su parte, también ha logrado hacerse un hueco significativo en el mercado. SpainNAB publica anualmente un estudio donde analiza su evolución a nivel nacional. En el 2021, la inversión de impacto experimentó un crecimiento del 12%. Y las previsiones para el futuro son igual de optimistas.

La adaptación de las entidades convencionales

La inversión ética es un concepto sumamente amplio, en el que encuentran refugio alternativas muy diferentes. En tanto en cuanto una organización no cause daños y sea responsable social y medioambientalmente, cualquier inversión en ella puede ser considerada una inversión ética.

Las entidades bancarias tradicionales se han adaptado a este nuevo escenario. Así surge, por ejemplo, la banca ética. Pero, al contrario que la convencional, no pretende maximizar sus beneficios, sino cuidar el medioambiente y la sociedad. Por tanto, ofrece productos financieros sostenibles, y reinvierte sus ganancias en iniciativas que intentar causar un impacto positivo. De la misma forma, también se han creado aseguradoras éticas.

Los fondos de inversión socialmente responsables son otra de las opciones más populares. Su funcionamiento es idéntico al de los fondos de inversión convencionales, la única diferencia reside en que incorporan los criterios éticos y financian proyectos que pretenden transformar la sociedad.

En la clásica inversión en bolsa también se puede invertir con ética, mediante la compra de acciones de compañías que generan consecuencias positivas. Esta modalidad requiere de un conocimiento más profundo del sistema por parte de los individuos, quienes deben investigar a fondo a las empresas que les interesan para comprobar que no incurren en malas prácticas.

Para ayudarlos en esta tarea se han creado diferentes índices que estudian la sostenibilidad de las firmas que cotizan en las grandes bolsas mundiales, como el Dow Jones Sustainability Index o el MSCI KLD 400 Social Index. Ambos se fundaron en la década de los 90, una señal inequívoca de cómo la sostenibilidad estaba ganando peso de manera colosal en el escenario bursátil.

Mecanismos alternativos para invertir con ética

Las opciones anteriores, a pesar de enmarcarse en la definición de invertir con ética, heredan su estructura del sistema financiero convencional. Sin embargo, también se han creado otras alternativas más innovadoras, formuladas específicamente para responder a la demanda generalizada de nuevos canales de financiación.

En primer lugar, se encuentran los microcréditos, que supusieron una auténtica revolución. Estos préstamos de breve duración le daban la oportunidad de emprender una actividad empresarial a ciudadanos con bajos recursos. A través de ella podían obtener beneficios, mejorar su calidad de vida e impulsar sus comunidades.

Este mecanismo se creó con el objetivo de luchar contra la pobreza, especialmente en países que se hallan en vías de desarrollo. Muchos de sus habitantes no disponían de acceso a los bancos, lo que perpetuaba su deficiente situación económica. Además, como las cantidades prestadas no eran muy elevadas, eran accesibles para todas las personas que deseasen colaborar.

El crowdfunding es otro método de financiación alternativa para invertir con ética muy popular, especialmente en proyectos pequeños que precisan de ayuda para dar el salto al mercado. En este caso, el inversor no busca una ganancia. Su financiación se asemeja a una donación desinteresada, pues no recibe un retorno de su dinero. Sin embargo, ambas partes pueden acordar entregarle alguna clase de recompensa a cambio de su ayuda. Si la cantidad que aporta es muy ambiciosa, dicha recompensa puede ser mayor.

Este mecanismo es muy utilizado por iniciativas de carácter cultural. Para darlas a conocer entre los ahorradores se han desarrollado múltiples plataformas online, en las que ya es posible realizar donaciones para respaldarlas.

Si el inversor sí que desea disfrutar de cierta rentabilidad es posible apostar por el crowdfunding equity, una variación de este modelo. En esta ocasión, los inversores son premiados con un pequeño porcentaje de la compañía. Si esta es exitosa, recibirán parte de los beneficios. Pero el riesgo es elevado, ya que si fracasa no recuperarán su dinero.

Crowdlending y crowdfactoring

Pero todavía existen más alternativas para invertir con ética, creadas para adaptarse a las necesidades específicas de cada proyecto y de cada inversor. Y algunos no solo desean recuperar su préstamo, sino que quieren obtener un beneficio económico con una cierta garantía de seguridad. Entonces, entran en escena el crowdlending y el crowdfactoring.

El crowdlending funciona de modo similar a los préstamos bancarios tradicionales. Los ahorradores utilizan su dinero para financiar una empresa y, a cambio, reciben una ganancia, procedente de los intereses de dicho préstamo. Gracias a este mecanismo, los negocios pequeños que no disponían de acceso a los créditos bancarios por fin disfrutan de recursos. Y los individuos seleccionan con absoluta libertad a qué organizaciones van a destinar su capital.

Este sistema tiene una subcategoría: el crowdfactoring. Mediante este instrumento de financiación, las personas aportan dinero para cubrir las facturas de las empresas. Como recompensa por el adelanto, obtienen un pequeño porcentaje de esa cantidad. De esta forma, las compañías cobran las facturas por adelantado, lo que les permite disponer de recursos. Y, a pesar de que posteriormente no reciban la totalidad de la factura, disponen de liquidez en momentos cruciales, cuando puede ser más necesario.

Existen diferentes tipos de crowdfactoring, en función de quien asume el riesgo de impago si el deudor no abona la factura. En el factoring con recurso, es la empresa la que debe responder de los gastos, y se verá obligada a devolverle al inversor la cantidad que prestó originalmente. En el factoring sin recurso, la responsabilidad recae en el inversor, que no le podrá reclamar al negocio esa cantidad.

Para no ahuyentar la inversión, muchas plataformas de crowdfactoring recurren a entidades aseguradoras, con el objetivo de garantizar que no se produzca una pérdida del dinero. Esta es una de las ventajas de esta solución, cuyas garantías atraen a miles de ahorradores y proyectos.

Esta modalidad ya se está consolidando como una de las opciones predilectas. Y su crecimiento es imparable. Según la Asociación Española de Factoring, el año pasado registró un incremento del 11,5% en todo el país.

Inversa, una plataforma para invertir con ética

Inversa aterrizó en el mercado en el año 2019 con un firme propósito: conectar a ahorradores y empresas para impulsar la economía real. Con este fin, ha desarrollado su propia plataforma de crowdfactoring, que permite a los individuos que desean obtener un rendimiento de su capital financiar de manera online las facturas de las compañías que necesitan dinero líquido.

Es una solución construida sobre tres pilares: la agilidad, la flexibilidad y la transparencia. Y entraña un gran atractivo para los ahorradores, pues estos recuperan su inversión en un período de entre 30 y 180 días. Pero esta no es la única ventaja que presenta. Para animarlos a iniciar su incursión en este mundo, cobran los intereses de la operación por adelantado.

El funcionamiento de Inversa es muy sencillo. Para empezar, las organizaciones suben sus facturas al sistema, donde son verificadas por los expertos del equipo. Ellos las analizan de modo concienzudo, prestando especial atención a sus cuentas, su rentabilidad, sus aspectos éticos y la salud financiera de su deudor, para cerciorarse de que puede hacer frente a sus obligaciones.

Una vez se comprueba que todo está correcto, las facturas son publicadas. Los ahorradores navegan por la plataforma hasta encontrar una empresa con la que quieran colaborar, ya sea por alinearse con su misión o por las posibilidades de obtener un beneficio.

Tras confirmar la operación, la compañía recibe el importe. No obstante, no le llega la cantidad íntegra, pues se descuentan los intereses y las comisiones. Asimismo, se retiene un 10%, que será liberado una vez el deudor abona el dinero, y este regresa al inversor.

La eficacia de esta solución es muy elevada. En la actualidad, más de 2.300 facturas han sido financiadas de esta forma, sumando un importe total de más de 14,7 millones de euros, con una rentabilidad media cercana al 6,65%.

Esto significa que, gracias a Inversa, a día de hoy más de 2.300 proyectos están transformando el mundo en un lugar mejor.

Ana María Belén Olmos López
Promotora, Socia Fundadora & CEO de Inversa Invoice Market

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